Author: Isabel

Rothko

Marck Rothko (Marcus Rothkowitz), fue un pintor nacido en Rusia que emigró muy joven a Estados Unidos, donde formó parte de la llamada escuela de Nueva York… y desde donde cambió nuestro modo de ver el arte.
“Cuando era joven el arte era una práctica solitaria: no había galerías ni coleccionistas ni críticos ni dinero. Sin embargo, era una edad de oro, pues no teníamos nada que perder y sí toda una visión que ganar. Hoy ya no es lo mismo. Es una época de una inmensa abundancia de actividad y de consumo. No me atrevo a aventurar cuál de las dos circunstancias sea mejor para el arte. Sin embargo, si sé que muchos de los que se ven impelidos a este modo de vida buscan desesperadamente bolsas de silencio en que arraigar y crecer. Todos esperamos que las encuentren.”
Efectivamente, en esos últimos años de su vida, el mundo le consideraba a él, revolucionario, otro “viejo con valores”. ¡Cómo era posible! Él que nunca llevó bien la fama ¡cómo vender sus cuadros a un restaurante para que “cerdos burgueses” comieran delante de ellos!, que se mantuvo en silencio, “No hay nada más preciso que el silencio. ¡Qué hace un artista visual hablando de su obra!”, decidió finalmente dar una conferencia dando los “ingredientes de una obra de arte”:
1. Debe existir una intensa preocupación por la muerte.
2. Lo sensual es el fundamento de nuestro ser concreto en el mundo. Obramos por la materia.
3. La tensión, el conflicto. La creación no es fácil.
4. La ironía. Un ingrediente moderno, el acto de autonegación y autoexamen, por el que un hombre puede superar el instante y pasar a otra cosa.
5. Ingenio y juego. El hombre jugando con las formas.
6. Lo efímero y el azar, el elemento humano.
7. La esperanza. Un diez por ciento del peso, para hacer más soportable el concepto trágico.
Con todo, nunca se perdió ni se perderá el espíritu que provocó un cambio generacional, de las vanguardias al arte contemporáneo, y que se ve latir en está carta que escribió junto con Adloph Gottlieb al editor del New York Times:
[…] No pretendemos defender nuestros cuadros. Ya se defienden ellos solos. Los consideramos declaraciones en sí mismos. Su incapacidad de rechazarlos o menospreciarlos es la prueba evidente del poder comunicativo que contienen. […]
[…]No existe ningún texto capaz de explicar nuestros cuadros. Su explicación debe surgir de la experiencia que se consuma entre el cuadro y el espectador. La apreciación del arte consiste en un matrimonio de mentes. Y en el arte, al igual que en el matrimonio, la falta de consumación es causa de nulidad.
Lo importante, a nuestro parecer, no es la explicación de los cuadros, sino el que las ideas intrínsecas contenidas dentro de los marcos de dichos cuadros tenga algún significado.
Sentimos que nuestros cuadros manifiestan nuestras creencias estéticas, de entre las cuales enumeramos:
1 – El arte, es para nosotros, una aventura hacia un mundo desconocido, que solo puede ser explorado por aquellos que estén dispuestos a asumir riesgos.
2 – Tal mundo imaginario es libre y se opone violentamente al sentido común.
3 – Nuestra función como artistas es hacer que el espectador vea el mundo a nuestro modo, no al suyo propio.
 
4 – Estamos a favor de la expresión simple del pensamiento complejo. También estamos a favor de los formatos grandes porque poseen el impacto de lo inequívoco. Deseamos reafirmar el plano pictórico. Estamos a favor de las formas planas porque destruyen la ilusión y revelan la verdad.
5 – Esta comúnmente aceptado entre los pintores el que no importe lo que se pinte siempre y cuando esté bien pintado. Esta es la esencia del academicismo. No existe ningún cuadro de valor que no trate nada. Reafirmamos que el tema resulta crucial y que solo tiene valor aquel tema que sea trágico e intemporal. Por ello profesamos una afinidad espiritual con el arte primitivo y arcaico.
Como consecuencia, si nuestro trabajo plasma estas creencias, ofenderá a cualquiera que se sienta espiritualmente afín a la decoración de interiores; a los cuadros para el hogar, a los cuadros para encima de la repisa, a los cuadros de paisajes americanos, a los cuadros sociales, a la pureza en el arte, a las obras mediocres ganadoras de premios, a la National Academy, a la Whitney Academy, a la Corn Belt Academy, a las castañas; a las tonterías trilladas, etc.[…]
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La “segunda palabra”

Otra vez de regreso, traigo de nuevo a colación el tema abierto en El Austin irracional, que tanta polémica y discusiones suscitó, gracias a la atenta mirada de Caracol Tigre. Creo que con esta nota podré aclarar el punto principal.
El quid del asunto está en un estrato más profundo que la mera discusión sobre si las palabras son válidas para estudiar la verdad a través de ellas o no, que ya de por sí es sumamente interesante. Se trata, considero, de un peligro que acecha a casi todos los grandes pensadores, si no se andan con pies de plomo. Y es que si la búsqueda del filósofo es la de la verdad, a menudo, sin pretenderlo, la reducen para que encaje en su sistema del modo más apropiado. (A este respecto, resulta muy interesante el ensayo de Enrique Alarcón El debate sobre la verdad.)
En el caso de Austin, he de concretar que, como Caracol Tigre ha hecho notar, debería ceñirme a hablar específicamente de las realidades humanas, que es a las que él dedica su atención, y no necesariamente de las naturales o metafísicas. Hablando de estas realidades, realiza una pormenorizada teoría sobre los actos del habla qua va poco a poco arrojando luz sobre las diferentes situaciones humanas. Hasta aquí la primera palabra de la filosofía. Bien.
Ahora, ¿dónde empieza la “segunda palabra”? ¿Por dónde continuar la inquisición filosófica, en qué parte de la muy detallada doctrina de Austin se encuentra la línea abierta a posterior ampliación? Es en ese sentido que quiero decir que la verdad se resiente de la empresa austiniana. Por que, aunque no la trate directamente, establece para ella unos criterios tales que no es posible, por la misma senda que él marcó, desarrollar una teoría de la verdad más allá de sus criterios lingüísticos. Es preciso, por el contrario, salir del sistema de Austin para poder ampliarlo. En lugar de llevar en su interior su propio método de crecimiento, porta su misma desmantelación.
Con ello no quiero dejar de beneficiar a Austin de la duda de que él mismo no estuviera advertido de esta dificultad, y considerara su propio proyecto el análisis de una parcela restringida de la realidad, la lingüística, que no se identifica (ni siquiera, me permito parafrasear a Wittgenstien, en su aspecto estructural) con la realidad en su conjunto. Posiblemente sea así, pero cabe la posibilidad de darle la lectura que he hecho notar antes, y por esa razón deseo dejar está nota de advertencia para posibles incondicionales de este brillante inglés que, tal vez sin pretenderlo, puedan terminar dando un golpe bajo a la filosofía, quizá incluso sin recordar dónde lo leyeron…